El conflicto en las relaciones de pareja
Trinidad Bernal, doctora en psicología, mediadora y directora de la Fundación ATYME
El conflicto es una realidad de la vida humana, ha existido y existirá siempre. Los datos de la vida real y la investigación psicológica indican que nos sentimos más felices cuando no estamos en conflicto, cuando estamos de acuerdo con los que nos rodean.
¿Por qué entramos en conflicto?
El problema está en que hemos aprendido a dicotomizar las cosas y eso indica que "si mi interpretación es correcta la del otro no lo es" y difícilmente pensamos que ambos podemos tener razón. La diferente forma de entender un mismo acontecimiento y la no aceptación de las diferencias de opinión muestran una interpretación exclusiva de la realidad, donde se considera al otro equivocado, por lo que se justifica la defensa de la propia postura. Sin embargo, el conflicto en sí mismo no es positivo ni negativo, representa la dinámica del cambio y nos da la posibilidad de encontrar nuevas formas de poder relacionarnos con los otros y también de movilizar maneras distintas de resolver problemas.
Hemos aprendido a dicotomizar las cosas: "si mi interpretación es correcta la la del otro no lo es", no pensamos que ambos podemos tener razón
El escalamiento del conflicto se produce cuando la interacción de las partes adquiere una repetición acción-reacción, donde la respuesta de uno sirve de estímulo al otro para volver a comenzar el proceso, generando una espiral de acciones de castigo o defensa, favoreciendo el enfrentamiento y haciendo cada vez más difícil su resolución. Los cambios que conlleva la espiral del conflicto son variados, destacando un proceso de legitimación de la propia conducta y la aparición de percepciones y actitudes negativas hacia la otra parte. Es frecuente observar cómo la percepción se vuelve selectiva y las acciones del otro son interpretadas de forma negativa, atribuyendo lo bueno del otro al azar mientras que las acciones malas se atribuyen a una intencionalidad perversa.
Si el conflicto continúa, se va produciendo una mayor implicación de las partes en él y éstas invierten tanto que es difícil retroceder. La necesidad de ganar, el honor, la completa seguridad de estar en posesión de la verdad, … hacen que el control se invierta y de un medio para alcanzar el objetivo pasa a ser un fin en sí mismo.
Las personas que están en conflicto presentan una serie de sentimientos de inseguridad, incapacidad, confusión y ausencia de participación en la situación conflictiva que le conduce a centrarse en el pasado, lo negativo y lo imposible. Estos sentimientos están acompañados por un pensamiento dicotómico, poco flexible y de autovaloración respecto al otro que induce a no tener en cuenta su opinión, a centrarse en la propia postura y tratar al otro con desprecio. En estas condiciones no es extraño que la comunicación sea inadecuada, no se entienda al otro y resulte complicado conseguir acuerdos.
Buscar una solución
Mantener esta situación conflictiva de pareja conduce a agudizar las emociones negativas, debilitando las defensas que las personas ponen en acción para hacer frente al problema y colocándolas en una situación de indefensión. Cuanto antes se barajen soluciones, menor será el sufrimiento de las personas implicadas en el conflicto y menor será la repercusión del conflicto en otras áreas de la vida del sujeto.
Las parejas con problemas disponen de diferentes maneras de solucionarlos: evitar el problema, con la idea de que el tiempo lo cura todo o que vendrán tiempos mejores, sin darse cuenta de que ese continuar en la relación conflictiva incrementa el conflicto, hablar entre ellos y acordar cambios que les ayuden a salir el conflicto, empresa un tanto difícil por el deterioro de la comunicación y la intensidad emocional que presentan las parejas en esa situación o acudir a un tercero que les oriente, bien con la expectativa de mejorar la relación de pareja (terapia de pareja), bien planteando dejar la relación (separación).
Acudir a terapia suele obedecer al hecho de querer arreglar las dificultades para seguir estando juntos o de querer aclara las dudas respecto a la separación. Decidir concluir la relación es otra manera de terminar con el conflicto. Ambas fórmulas pueden ser una solución, aunque igualmente pueden concluir a una vuelta al conflicto. Lo que no constituye una fórmula es permanecer en el conflicto sin promover ningún cambio, acción que, sin embargo, se suele utilizar en las parejas.
La mediación es una buena solución para los conflictos de pareja, si se ha tomado la opción de concluir con la relación de pareja, utilizando una manera de hacerlo que no incremente el conflicto, sino que ayude a separarse bien. Esto significa que es necesaria la decisión de separarse para poder utilizar la mediación. Sentar las bases reguladoras de la ruptura de pareja pertenece al mundo legal, hacerlo de tal manera que no incremente el daño emocional de los participantes y puedan conseguir acuerdos sin que las emociones lo impidan, pertenece al mundo psicológico.
La decisión de la separación o divorcio indica la existencia de dos aspectos indisolubles: aspectos emocionales y legales
El contenido de los desacuerdos en todo el proceso de ruptura indica la existencia de dos aspectos indisolubles: aspectos emocionales y afectivas asociados al fin de la relación de pareja y los acuerdos parentales, legales y económicos unidos a la decisión de la separación o divorcio. Esto nos hace pensar que la ruptura no es exclusivamente en asunto legal y que, por lo tanto, en su resolución deben tenerse en cuenta también los aspectos emocionales. Se necesitan, además, reformas legislativas, una fórmula que conceptualice la separación o el divorcio como una solución a los problemas de pareja, entendiéndolo como el resultado y no la causa de los conflictos, pasando a ser una alternativas más: tal fórmula debe incluir información y un contexto neutral donde la pareja pueda negociar sus discrepancias sin que elementos emocionales impidan la comunicación; además, debe promover la participación de las partes para que sean éstas las que lleguen a conseguir acuerdos consensuados que tengan en cuenta al otro y el bienestar de los menores, responsabilizándose de sus decisiones y garantizando un comportamiento coparental.
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