El oxímoron de ganar perdiendo en la profesión médica
Estudiar medicina en los años 70 en España venía muy condicionado por la influencia familiar sobre todo si alguna persona muy cercana, normalmente el padre de familia influía sobremanera para tomar la decisión de elegir la carrera para algún día poder ejercer el Arte y la Ciencia de curar. Yo tuve por ambas partes, padre médico y madre enfermera, la influencia además de la sublimación de la medicina como lo más excelso de una profesión dedicada al bien común.
Era esa visión humanista con la misión de servicio lo que me atraía de dichos estudios a pesar de las dificultades personales y políticas en las que me encontraba por aquellos años. Pero tener dieciocho años cuando entré en la Facultad de Medicina en Sevilla y vivir con la influencia del movimiento estudiantil de los años predemocráticos nos hacía soñar con alcanzar la democracia y con ella cambiar todo un sistema sanitario para que fuera universal y gratuito. Además de exigir en nuestras manifestaciones que los hijos de la clase obrera fueran a la universidad.
Los estudios de medicina en pregrado eran exigentes, pues había que trabajar mucho para todo lo que se podía abarcar con ella desde el diagnóstico, pronóstico y tratamiento de la patología consultada y máxime si la posibilidad de desarrollarla estaba en el tercer nivel asistencial, que es lo mismo que decir estar en un gran e importante hospital donde ejercer y seguir aprendiendo hasta llegar incluso a la super especialidad médico-quirúrgica, si hubiera sido mi deseo.
Siempre me gustó la salud pública y también la pediatría desde la visión preventiva, pero mis primeras experiencias como médica en las zonas pobres de un barrio popular en Madrid me indicaron claramente el camino a seguir o me moriría de hambre, pues me costaba pedir unos emolumentos a quienes atendía, pero donde veía las carencias de las necesidades más básicas de subsistencia.
Los primeros años de aprendizaje en el sistema MIR (Médico Interno Residente) después de aprobar la oposición nacional para elegir la especialidad y también el hospital Clínico San Carlos en 1980 me supuso la tranquilidad de un sueldo escaso, pero seguro, para mantener a mi recién creada familia, pues fui una madre muy joven. Así poder estudiar y estudiar, además de trabajar continuamente era una gran pasión que superaba todas las dificultades y las tuve muchas veces.
Soy de las pocas mujeres médicas que han estudiado el pregrado, posgrado, especializada como MIR, Doctora, Tutora de MIR y que pudiera seguir trabajando en el mismo hospital público universitario. Así que más de cuarenta años en un mismo lugar de trabajo dan mucha seguridad para ejercer la asistencia, docencia e investigación. También, porque la experiencia viene del contraste con el exterior tanto por el ejercicio profesional especializado con otros profesionales como por la relación con las personas que se atienden, además del alumnado que se forma.
La Medicina y el ejercicio profesional ha cambiado enormemente. Hemos pasado del Arte que prevalecía sobre la Ciencia a invertir los términos del extremo a extremo, lo que produce muchos roces. Afortunadamente se ha creado un Ministerio de Sanidad, desarrollado un Sistema Nacional de Salud y unos Servicios Regionales de Salud en las CCAA en España. Se ha democratizado la universidad y las muchas facultades de Medicina son un hervidero de gente joven, la mayoría tan altruista como en mis años de juventud. La enfermería ha elevado sus conocimientos técnicos y universitarios y otras muchas especialidades relacionas con la salud se han incorporado a los equipos multidisciplinares para atender la salud y no solo las enfermedades, discapacidades y dependencias.
Estos avances en la atención sanitaria y en tan poco tiempo son calvo de cultivo de roces si no hay una formación adecuada de respeto y de formación continuada. Ya queda lejos la intrincada relación de los profesionales de la medicina con la enfermería, una mala relación tan clásica que se transmite de voz a oreja, como las diferencias del hilo y la aguja, aunque ambas se necesitan mucho para el fin común que es el coser algo tan importante como la salud humana.
Durante mi ejercicio profesional como jefa de equipos he tenido que lidiar con roces internos y con los institucionales, pero lo más llamativo como difícil era con la demanda asistencial cuando no se cumplían las expectativas, que a veces parecían exageradas e incluso incumplibles, pero que con unas intervenciones previas o un seguimiento adecuado se podrían haber resuelto algunas veces.
La ampliación de derechos conlleva, generalmente, un mayor bienestar. Eso, que parece tan lógico, tiene los límites de los deberes que deben estar conformados por la ética individual y social. Y en la Medicina y Cirugía actual tan avanzada y personalizada en sus tratamientos bioquímicos, farmacológicos y quirúrgicos de curación y tratamientos tienen que estar más imbuidos por el Arte de curar que actualmente lo denominamos Humanización.
La sofisticación de pruebas, el exceso de demandas o de las expectativas individuales se contraponen muchas veces con las posibilidades de atención sanitaria, tanto por la gestión de los servicios como por la interpretación de todos los actores y medios que intervienen en ese continuo que llamamos salud y enfermedad.
El pacto y la confianza son claves para evitar la controversia cuando no la desconfianza o disputa. Estas posibles situaciones pueden ser aún más dolorosas que la propia enfermedad y algunas veces están servidas como parte de la vida profesional de la medicina. Es el mejor oxímoron para conocer y ejercer como es el de ganar salud perdiendo alguna controversia. O como a veces decimos “ganar salud perdiendo peso”.
Profa. Dra. María Sainz Martín
ESPECIALISTA EN MEDICINA PREVENTIVA Y SALUD PÚBLICA
PRESIDENTA Y FUNDADORA DE ADEPS/FUNDADEPS