Una generación de mayores LGTBIQ
Joaquín Pérez Arroyo
Representante de COGAM- Mayores
Cuando se contemplan las multitudinarias Marchas del Orgullo en Madrid y en otras ciudades, cuando se pasea por barrios como Chueca, o simplemente cuando se ve con toda naturalidad algún programa de televisión presentado por un señor que todo el mundo sabe homosexual, casado además con otro hombre, parece que todo ha sido así siempre, que se vive en un mundo y en un país de gran tolerancia y aceptación y que casi no merece la pena hablar de ello, pero esta actitud es en parte ignorante y en parte peligrosa, por lo que sabemos los que venimos de un pasado no tan lejano.
Los que nacimos entre los años cuarenta y los sesenta, los que tenemos ahora entre ochenta y sesenta años, venimos de una época muy diferente, que algunos se empeñan aún en idealizar como si se tratara de una sociedad perfecta en la que todos eran lo que debían ser; una sociedad sin maricones, sin “travestis”, sin bolleras y otras variantes definidas con estas palabras insultantes. Los hombres eran machos de verdad, las mujeres eran hembras auténticas y los pocos “anormales” que pudiera haber estaban bien escondidos para no ser fichados por la policía como “peligrosos sociales”. Los niños, por supuesto, no sabían que existieran estas personas raras, bien protegidos por una ignorancia sistemática que oscurecía todo lo que no fuera parte del “modelo” para no pervertirlos con malos ejemplos.
Los que vivimos aquellos años sabemos, sin embargo, que esta supuesta perfección no era sino apariencia, en una sociedad dominada por la hipocresía y el clasismo. Los hombres de posibles tenían amantes y hasta familias secretas y, lo que es menos hablado, algunos tenían amantes masculinos o acudían a clubs y baños turcos donde era posible tener aventuras de las que no se podía decir el nombre. Las mujeres, por su parte, como no tenían oficialmente deseos, podían hacer muchas cosas que resultaban invisibles por impensables.
Los que no tenían medios eran las víctimas propiciatorias de los adalides de las buenas costumbres y del machismo imperante: detenidos, humillados o incluso enviados a presidios y campos de concentración denominados eufemísticamente de “reeducación” o de “corrección”. También algunos señoritos, protegidos de la represión pública por su situación social, debieron sufrir la privada de sus familias, que los recluían en clínicas donde los más afortunados padecían una pseudoterapia que no los cambiaba un ápice, pero que los hacía sentirse culpables y malas personas o casi los castraba mentalmente, mientras que algunos desgraciados eran lobotomizados por psiquiatras encumbrados y se convertían en zombis.
España no era una excepción en las prácticas siniestras contra los diversos, pero sí lo fue hasta 1975 por la falta de libertad, la ausencia de garantías, el aislamiento y la censura, que no dejaban ver más allá y que infundían un miedo integral con una absoluta falta de horizontes
Algunos valientes empezaron a organizarse ya secretamente hacia 1970, pero sólo con la democracia fue posible fundar asociaciones y movimientos que salieran a defender la diversidad sexual, inspirándose en lo que venía de fuera, especialmente de los Estados Unidos. Lo interesante es que una buena parte de los LGTB no sólo no participaron en ellos, sino que a veces hasta se opusieron, algunos por su comodidad e identificación con las clases favorecidas que los hacían sentirse protegidos, otros porque pensaban que la reclamación de derechos y su consecución supondría la pérdida de identidad, la asimilación a la mayoría, cuando ellos veían la diversidad sexual como algo revolucionario, contestatario y siempre al margen.
La evolución científica y social desde 1975 ha ido poniendo las cosas en su sitio, demostrando primero que orientación e identidad sexuales no responden a elección alguna y que, por tanto, no se trata de algo “contra natura”, sino de minorías muy naturales a las que no se puede contrariar sin consecuencias graves para los individuos, al tiempo que la visión de la familia tradicional idílica se ha ido desdibujando y se ha visto que ni identidad ni orientación atentan en modo alguno contra ella, entre otras cosas porque no son contagiosas. Por añadidura, la opinión mayoritaria de psiquiatras, psicólogos y médicos en general es que no son algo que pueda o deba corregirse, algo que ya dijo Gregorio Marañón en 1926, pero que ha llegado muy tarde al público en general.
Los que tenían la treintena en los años 70 son la primera generación que ha disfrutado no sólo de una libertad creciente, sino también de una reparación de su honra, al no ser ya “desviados”, “invertidos” o, en general, anormales que debían ocultar sus preferencias so pena de exclusión, castigo o vilipendio. La extensión conseguida del derecho al matrimonio en 2005 es un hito muy importante que iguala, aunque algunos lo hayan visto como el sello que se pone sobre una completa asimilación a la mayoría, haciendo gala de falta de realismo, puesto que identidad u orientación no hacen de los individuos seres aparte, ya que la aplastante mayoría lo que quiere es llevar vidas como todo el mundo, y sólo unos pocos desean estar en contra y vivir en la continua contestación y transgresión de las normas sociales.
El problema para los ahora bien maduros es que la edad tiene servidumbres y que el pasado no permitió muchas cosas que parecen poco importantes, pero que lo son y mucho. Los mayores suelen quedarse aislados por viudez, desaparición de amigos y separación de su entorno laboral, pero los LGTB se quedan más solos en mayor proporción porque suelen añadir un extrañamiento de la familia y de su lugar de origen; muchos emigraron a la gran ciudad desde pueblos o pequeñas capitales, también se alejaron de hermanos y primos por discreción, o fueron apartados sin consideración por desprecio y, cuando se pasa cierto límite de edad, tampoco se es bienvenido en bares, clubs y aplicaciones dedicadas al colectivo. Por otra parte, muchas veces hay una cierta timidez en pedir ayuda o claro miedo al rechazo por parte de coetáneos poco formados o claramente homófobos.
El fin de la vida laboral, tan añorado por algunos, es muchas veces causa de problemas que no se ven con claridad mientras se está en activo. El centro de trabajo es también un centro de relación y los compañeros pueden ser peores o mejores, pero siempre hay varios que son afines y con los que se desarrollan relaciones de amistad. Cuando llega la jubilación se produce un brusco corte con todos ellos, al tiempo que horas y días quedan sin rellenar, sin objetivos, sin poder pensar ya en un futuro que obligatoriamente es el presente y que a veces está vacío.
El ingreso en una residencia puede suponer un serio problema para no pocos, que se ven obligados a reentrar en un armario del que salieron con la libertad, pero que temen las malas reacciones de otros residentes o incluso del personal de atención, cuando no son claramente rechazados por la residencia misma, a veces alineada con posturas muy confesionales y nada tolerantes.
Los peores problemas no los sufren los pocos que se liberaron totalmente y combatieron su homofobia interiorizada, sino los más numerosos que vivieron medio ocultos y renuentes a afirmarse por miedo al qué dirán de su familia o su entorno. Muchos de ellos están mal entrenados para hacer frente al rechazo, las críticas o el desprecio.
Las asociaciones como COGAM y especialmente su Grupo de Mayores, se dedican entre otras cosas a combatir la peste de la soledad en la tercera edad, a programar actividades interesantes para la mayoría en las que conocer a otros iguales, en las que informar sobre salud, sobre derechos y sobre diferentes asuntos legales, y a organizar comidas de hermandad en las que cimentar nuevas amistades. Más de uno ha encontrado un nuevo círculo de amigos o alguien que lo acompañe al médico o al abogado, además de los servicios que COGAM presta de forma general: jurídicos, psiquiátricos y de salud.
La complacencia de algunos sobre los derechos ganados no debe hacer, sin embargo, bajar la guardia, porque estos derechos pueden recortarse, dejarse sin contenido o hasta revertirse. La sociedad patriarcal es milenaria y no se puede cambiar en unas pocas generaciones; feminismo y derechos LGTB van de la mano, y son igualmente atacados por los que no se resignan a la igualdad, sino que defienden una sociedad dominada por hombres que, además, han impuesto una masculinidad que sólo se entiende hirsuta y violenta, como corresponde a guerreros.
No pocos de estos machos que se sienten inferiores a otros por inteligencia, medios o fuerza, pueden creer que su valor principal reside justamente en su masculinidad e identificar ésta con su identidad y orientación sexuales, lo que no pocas veces los lleva a maltratar de palabra y obra a mujeres y personas LGTB, vistas como contestadoras de su dudosa valía.
Por eso no se puede ser complaciente y pensar que todo está definitivamente ganado, y esa es otra de las misiones de COGAM y de su Grupo de Mayores: informar sobre avances y retrocesos, sobre los ataques brutales que a veces se sufren y sobre los prejuicios y su forma de manifestarse, ya que no siempre se muestran con rostro severo, sino que a veces hay negativas que van envueltas en sonrisas o con pretextos de comprensión, cuando en realidad son crueldades gratuitas que intentan privar de derechos a las personas LGTB en base a ideologías y dogmas justificativos del poder o la influencia de determinadas personas y grupos.
Podemos decir que COGAM y su Grupo de Mayores nos unen y nos permiten no estar solos, y eso es muy importante cuando se avanza en años y se retrocede en fuerza y vitalidad.